Cae la noche en el paseo de la escollera, los turistas y familias que han decidido pasar una soleada tarde de sábado por el Postiguet han desaparecido dejando paso a un peregrinaje de jóvenes cargados de bolsas de plástico. Botellas de alcohol, hielo y refrescos se convierten en el único atrezo de la escena y el sonido ambiente de las olas del mar se esconde tras el ruido y los gritos de cientos de jóvenes. Roza la medianoche, comienza la hora del botellón en los alrededores del Meliá. Un sábado más, sin rastro de presencia policial.

"Hace unos meses nos echaron del Benacantil y ahora nos venimos aquí porque no molestamos", apunta Fernando, estudiante de Farmacia de 23 años. Sin embargo, la realidad es bien distinta tanto para los hoteles cercanos como para las Administraciones que lo ven como un constante problema. Subdelegación del Gobierno, Autoridad Portuaria y Ayuntamiento se reunían el pasado viernes sin llegar a dilucidar a quién pertenece el espigón. El único acuerdo claro que salió de aquel encuentro fue el de coordinarse para aumentar la presencia policial en esta zona. Un día después, no había rastro de fuerzas de seguridad. "En esa parte no se entra porque luego sale la Autoridad Portuaria y te dice que ahí no pudes estar. Es una cuestión política y nosotros acatamos. En cuanto nos dejen pasar, el botellón se termina", asegura un agente de la Policía Local. A escasos metros, un dispositivo policial realiza un control de alcoholemia y velocidad a la altura del Paseíto Ramiro, "tenemos órdenes de controlar la zona del espigón, pero de eso se encarga otra unidad", afirma el oficial al mando. Dos pasos más en dirección a la plaza del Mar, en Juan Bautista Lafora, una veintena de jóvenes hace acopio de hielo en los comercios que resisten abiertos. El reloj marca la una y media de la madrugada y el goteo de gente hacia el espigón no cesa. A esas alturas de la noche, el número de personas en el paseo que bordea los hoteles de la fachada marítima de la ciudad se ha multiplicado. Hace unos días, Meliá y Porta Maris denunciaban el daño que esta práctica les causa cada fin de semana. "Si nos sacan de aquí, tendremos que buscarnos otra calle en la que beber. La solución sería un recinto con contenedores, baños y si quieren que nos metan a la Policía", sostiene otro asiduo del botellón. Por el momento, el problema en el Puerto continuará, al menos, siete días más.