Una inestable escala de madera atada con cabos medio podridos comunica la dársena del antiguo muelle pesquero con el limbo en que se encuentra desde el pasado mayo el único tripulante del Egehan, un mercante de 82 metros de eslora con bandera panameña y que llegó a Alicante con una tripulación de doce marineros y una carga de fertilizante estropeada. Los agujeros visibles en el óxido de su casco son quizá el menor de sus males. A las numerosas deficiencias detectadas por Capitanía Marítima que llevaron a su inmovilización se suma el embargo dictado por un juzgado de Alicante, al que acudió el receptor de la mercancía por el lamentable estado en que llegó. Aunque el armador, de origen turco, se desplazó desde su país con la intención de llevarse el buque, la realidad es que seis meses después aún sigue aquí con Salauk, un chaval nacido hace 24 años en Estambul, por toda tripulación. El resto, otros diez marineros turcos y georgianos, regresaron a sus países a finales de agosto después de que el responsable de UGT del mar, Carlos Bonet, consiguiera que les pagaran los salarios que les debían y los billetes de avión. Desde entonces, tanto las autoridades portuarias como el marinero, que prefiere no aparecer en las fotografías por temor a la reacción de su patrón, hacen lo único que pueden hacer: esperar.

En similar situación, aunque desde una semana antes, se encuentran los siete marineros del Ecgtacy, otro mercante también de insignia panameña, una bandera de conveniencia dada la laxitud de la normativa naval en aquel país. De 64 metros de eslora y con armador y tripulación de origen indio, el 25 de mayo tuvo que hacer escala en Alicante por una avería antes de llegar a Argelia, a donde transportaba una carga de planchas de madera procedente del Bulgaria. Hasta 47 deficiencias de graves a muy graves detectó la inspección llevada a cabo por Capitanía Marítima en el buque que desde entonces permanece atracado donde otrora partían los barcos de Transmediterránea y habitado por los siete marineros que han hecho de él su hogar.

Las irregularidades van desde la caducidad de certificados obligatorios a serios problemas estructurales pasando por deficiencias en los títulos de la tripulación, explican desde Capitanía Marítima al tiempo que vaticinan que "tarde o temprano se repatriará a los marineros y el barco acabará en el desguace. Está podrido y Panamá ha enviado un inspector porque están estudiando retirarle la bandera, con lo que quedará además sin registro y no podrá navegar".

Tan convencidos están de este final como de que no se puede aventurar cuándo ocurrirá. "La situación es penosa y las víctimas son las personas que siguen a bordo, que son buena gente, pero el barco no puede zarpar en las condiciones en que está", añade Manuel Cejalgo, el capitán marítimo que alerta de las rebajas temerarias en los fletes que buscan los armadores como consecuencia de la crisis y que dan pie a situaciones de riesgo como las de estos dos mercantes.

Aparentemente ajenos a lo que parece ser la crónica de un final anunciado viven seis de los siete hombres que conforman lo que queda de la tripulación del Ecgtacy. Otros tres compañeros, entre los que se encontraba el entonces capitán, aprovecharon las gestiones realizadas por UGT, cobraron sus salarios y regresaron a India.

Los que decidieron quedarse no sólo quieren lo que el armador les debe (unos 50.000 euros en total; los sueldos rondan los 400 dólares al mes, unos 270 euros) sino que confían en que el buque vuelva a zarpar y puedan reincorporarse a su trabajo.

Algo menos esperanzado con el futuro se muestra el séptimo hombre, el actual capitán, un indio socarrón de Goa ya metido en los sesenta que llegó a Alicante hace dos meses tras la marcha del anterior responsable del barco y que tiene más claro que el resto de la tripulación que, de volver a su país, no va a ser en el Ecgtacy. Él, además, tiene motivos para querer estar allí cuanto antes: ha de buscarle marido a la mayor de sus dos hijas, explica con la naturalidad de quien vive en una sociedad habituada a este tipo de prácticas.

Pero mientras el momento del regreso llega, estos siete hombres han formado una familia y han improvisado un hogar con vistas al Benacantil que se encargan de mantener en perfecto estado de revista. Para ello se siguen respetando los turnos de trabajo y hasta los horarios de las comidas tienen algo de cuartelario: desayuno a las 8, comida a las 12,30 y cena a las 20 horas.

Cada uno tiene marcada su actividad, desde el benjamín del grupo, el cocinero, que con 24 años está viviendo su primer abandono en tierra, hasta Mulan, encargado de engrasar las máquinas y pescador aficionado que con un sedal, dos anzuelos y mucha paciencia aporta el fósforo a la dieta del grupo. Una dieta en la que ha colaborado el Banco de Alimentos al que, tras ser alertado por UGT, reclamó ayuda el Instituto Social de la Marina vistas las necesidades de los marineros. "Los turcos no pidieron nada pero los indios sí que precisaban que se les echara una mano y el Banco de Alimentos les proporcionó unos 300 kilos de comida entre legumbres, pasta, agua... pero no han vuelto a pedir porque el armador se lo ha prohibido dado que sabe que al final lo tiene que pagar él", explica Pedro Muñoz, director del Instituto Social de la Marina, quien admite la necesidad de un protocolo de actuación elaborado por todos los organismos vinculados al puerto para saber qué hacer en estos casos o cuando, como ocurrió con uno de los tripulantes del Ecgtacy, se precisa asistencia médica.

Mestizaje

Prueba gráfica de la solidaridad con estos navegantes varados en Alicante es el mestizaje que reina en la despensa y en la cocina del mercante. El arroz indio, los noodles y el amplio muestrario de especias conviven en perfecto maridaje con el tomate frito de El Pilar o las patatas Lays sabor jamón. Y el vino, algo a lo a que, como la siesta, han descubierto y se han aficionado por estos lares. "Ahora el armador de vez en cuando nos manda dinero para que compremos comida. En agosto vino y nos dejó 50 euros y de vez en cuando ingresa otros 100, pero le hemos vuelto a pedir y ha dicho que no", agrega el capitán, que prefiere no aparecer en las fotografías y que tiene bien presente que para que haya luz en el barco y poder cocinar precisan de unos motores para los que de momento, pero sólo de momento, disponen de combustible.

No sólo la cocina es ejemplo de mestizaje y de buena convivencia entre dispares en una tripulación de origen indio en la que tres de sus miembros son hindúes, dos musulmanes y otros dos cristianos. Franklin, el capitán, no deja pasar un domingo sin misa como para Mulan no hay viernes sin mezquita. Y como nexo entre todos, las películas indias y paquistaníes que encuentran en el video club de un compatriota radicado en Alicante y que les permiten matar el tiempo en un barco amarrado a tierra. "Aquí cada día es como si fuera una semana", apunta Alok Ranjan, el oficial jefe que, con 27 años, representa el tipo medio de la tripulación: jóvenes en torno a los treinta, casados -excepto el cocinero- y la mayoría con hijos a los que suelen llamar una vez a la semana sin contarles la verdad sobre la situación que están viviendo.

Cuando no tienen que ocuparse del mantenimiento del buque o de las tareas que cada uno tiene asignadas, los hay que aprovechan para dejar atrás el territorio portuario y adentrarse en la ciudad. De estas incursiones hay documentos gráficos que lo atestiguan, como las instantáneas que Alok captó con su cámara de las últimas hogueras, que para él eran las primeras. "Solemos pasear por la playa, sin dinero no se puede hacer mucho más. También pescamos o nos sentamos en la cubierta del barco", apunta Fakhre Azan, el tercer oficial.

¿Trabajar? "Claro que lo haríamos sin pudiéramos, pero no tenemos papeles, sólo la cartilla de navegación que nos permite estar aquí, movernos por la ciudad", responde Sudheesh Babu, el cuarto ingeniero. Un documento que les da luz verde para permanecer en el puerto de Alicante in eternis o, en el mejor de los casos, hasta que se resuelva una situación complicada y que también podría saldarse con el embargo y la subasta del barco. "Pero ellos serían los últimos en cobrar, si es que lo hacen, porque con el dinero que se obtuviera de la subasta habría que saldar primero las deudas del aval fijado por Capitanía y los gastos por el tiempo de atraque en el puerto", aclara Carlos Bonet, quien asegura que "en el momento que se tenga constancia de que el armador ha abandonado definitivamente el barco intentaremos la repatriación de estas personas". Unas personas que seguramente desconocen que en Algeciras hace 18 años que un grupo de tripulantes aguardan el desenlace a un problema similar.