Cuidate, descansa, come bien y disfruta de la familia porque en septiembre tenemos que vernos para hablar del tema de la demarcaciones hidrográficas, algo que me tiene muy preocupado". Éstas son las últimas palabras que escuché la semana pasada de boca de José Ramón García Antón. Ambos nos tomábamos unos días de vacaciones este mes de agosto y nos deseábamos lo mejor antes de reanudar el curso con fuerza el próximo otoño. A lo largo de los últimos catorce años -algunos más porque le había conocido en 1993 como gerente de Proaguas en la última legislatura del PSOE al frente de la Diputación- raro era el día en que no hablábamos, bien por teléfono, tomando un café o comiendo (los últimos años sin sal y midiendo escrupulosamente hasta las gotas de cerveza sin alcohol).

Por eso, más que un conseller con el que comentar la actualidad de la Comunidad Valenciana para reflejarla en el periódico, José Ramón era mi amigo, un gran amigo al que me va ser muy difícil de olvidar. "Tu conseller". Así se referían mis compañeros a José Ramón cuando habían compartido con él algún acto oficial o rueda de prensa y me lo contaban durante la tarde en la redacción.

Y es que García Antón nos caía bien a todos. Afable, sincero, próximo, cordial, un hombre que transmitía cariño por donde pasaba. Tanto si se trataba de explicar el funcionamiento de una depuradora, como de convencer de cuál era el mejor trazado para el Júcar-Vinalopó, la política idónea de la vivienda o ese paisaje que había que defender y del que me tuvo una hora hablando a los postres en nuestra última comida hace 15 días en una pizzería de la prolongación de Alfonso El Sabio, en la que los dos nos pasamos con ese pan recién hecho "que no podía evitar", mientras su fiel colaboradora, Maika Rams, le miraba como las hijas miran a sus padres para rogarles mesura.

Nacido en San Vicente en 1948, José Ramón García Antón, hijo único, y quizá por ello -solía bromear- padre de familia numerosa, se licenció como Ingeniero de Caminos por la Escuela Superior de Madrid y comenzó a trabajar en el Ayuntamiento de Benidorm cuando el municipio empezaba a convertirse en una potencia turística. Enamorado de la cuestión hídrica, su primer gran logro fue convencer a los agricultores de la Marina Baixa de los beneficios que tendría la cesión de agua de riego para el consumo urbano a cambio de caudal residual depurado. Corrían los años 70 y en la Marina Baixa todavía lo recuerdan. Más tarde se incorporaría a la empresa pública Proaguas de Diputación de Alicante (1993-1995) y de allí, en 1995, daría el salto a la gestión pública en el Consell cuando el entonces presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana. Primero como director general de Obras Públicas y después como subsecretario de la misma. El 17 de marzo de 1998 se convirtió en conseller de Obras Públicas, Urbanismo y Transportes, desde donde empezó a fraguar una leyenda que sólo tuvo una sombra. Siendo titular de esta conselleria se produjo el fatal accidente del Metro de Valencia (el 3 de julio 2906) en el que murieron 43 personas. Fueron meses en los que lo pasó fatal y aunque el juez determinó que no tenía responsabilidad alguna, el suceso no dejó de afectarle.

Tanto Zaplana como después Camps siempre confiaron en él y tras la última victoria electoral, el actual jefe del Consell le nombró conseller de Medio Ambiente, Agua, Urbanismo y Vivienda. Un miura con poco presupuesto pero muchísimo trabajo que siempre llevó al día. Ahora mismo, además del tema hídrico, se estrujaba las meninges en la búsqueda de la fórmula ideal para ordenar la legislación urbanística que heredó de sus predecesores.

Estuvo a punto de emigrar a Madrid con el Gobierno de José María Aznar para ponerse al frente de la gestión del proyecto del trasvase del Ebro, del que fue siempre firme defensor. Finalmente optó por quedarse en el Consell y es que San Vicente, Luisa, los hijos y los cada vez más nietos tiraban lo suyo. Pero trabajo con los trasvases no le iba a faltar. Pasó a convertirse en el ariete cualificado de los regantes contra los cambios del Júcar-Vinalopó. Fue duro cuando tuvo que serlo, pero también demostró mano izquierda, talante y espíritu conciliador. Para la historia queda la foto del pasado 28 de julio, subiendo las escaleras de la Subdelegación del Gobierno en Alicante junto a Encarna Llinares y Josep Puxeu, secretario de Estado de Medio Rural, con el que había comenzado a encauzar el proyecto. Algo que ya no podrá terminar.

Pero a José Ramón García Antón no se le recordará sólo por su trabajo para erradicar la falta de agua en la provincia. Bajo su mano se desarrollaron, entre otras, las obras antirriadas de Alicante, la autovía Sax-Castalla o, sin ir más lejos, el desarrollo de la red tranviaria, por la que nadie apostó en su día y que va camino de convertirse en un hito de las infraestructuras viarias de la ciudad de Alicante.

José Ramón siempre se definió como un técnico al servicio de la Administración pero en los últimos años le cogió el gusto a la política -"me pone", decía- e incluso llegó a afiliarse al Partido Popular (actualmente era diputado autonómico y miembro nato del Comité Ejecutivo del PPCV). Sus debilidades: la defensa del agua y la organización del territorio. Será difícil que una Administración, del signo que sea, vuelva a tener una persona tan preparada y conocedora de la gestión de los recursos hídricos. Su marcha no sólo deja huérfana a la provincia de uno de sus grandes defensores, sino que provoca un vacío en el Consell imposible de cubrir. No tomaba sal, hacía ejercicio, se cuidaba, presumía de figura pero se nos ha ido a los 61 años y no nos ha dado ni tiempo para despedirnos.

Descasa en paz José Ramón, pero que sepas que nos has hecho una gran putada.