A veces no nos dejan ni hablar. Hay gente a la que saludamos y la semana que viene volvemos a intentarlo, pero en general la gente es muy correcta, agradece que nos interesemos y se sienten escuchados un rato», señala María José, trabajadora social del equipo de calle, nombre de esta caravana que recorre determinadas zonas de la ciudad dos días a la semana con el único fin de acercarse a personas que viven en la calle, informarles de los servicios y programas del centro de acogida municipal y ofrecer ayuda sanitaria en situaciones determinadas.

Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña. Este bien puede ser el lema de este nuevo servicio, implantado hace un año por la Concejalía de Acción Social, que pretende cubrir el hueco que faltaba en la atención a los sin techo tras remodelar y ampliar el centro de atención a personas sin hogar, antes llamado albergue de transeúntes.

En una salida con María José y Pedro, el enfermero que también integra este equipo de seis personas - junto a un monitor, un educador, un auxiliar de limpieza y un policía - , se dirigen a una nueva zona donde una mujer ha instalado su hogar bajo un puente. «Llevamos un mes viniendo a ver cómo está, ella no quiere venir al centro porque ya tiene aquí su territorio, va cogiendo confianza y a veces nos pide comida», indican los técnicos. La mujer no se encuentra en el lugar y el equipo acude al Panteón de Quijano, donde contacta con algunos hombres que han dormido sobre un banco y luego se dirigen al centro de la ciudad, recorren Luceros, Alfonso El Sabio, Castaños y la estación de autobuses. Con una mujer rumana de mediana edad quedan al día siguiente para tomarle la tensión. Pedro les da confianza porque muchos rechazan acudir a un centro de salud y él suele curar algunas heridas, contusiones, úlceras o pinchazos. «Déficit nutricional no se da, incluso algunos tienen tendencia al sobrepeso», apunta el enfermero, que añade que «les recordamos que pueden mantener unos mínimos de higiene sin ningún compromiso. Aunque ellos dicen que prefieren vivir en la calle, por lo menos intentamos que eviten enfermedades. También tenemos objetivos epidemiológicos para detectar tuberculosis, sarna o piojos y contactamos con los recursos sanitarios correspondientes».

María José Lleva trabajando once años en temas de exclusión social, desde que el albergue estaba en la estación de autobuses; Pedro lo hace desde 2002, y ambos saben lo que se pueden encontrar en la calle, «no esperamos muchas cosas porque las expectativas son reales. No se obliga a nadie a nada y hay gente a la que ya conocemos y sabemos que no podemos hacer más si ellos no quieren», apuntan, tras recordar que muchos desconocen la existencia del centro y los servicios diarios que se ofrecen sin requisito alguno, como las duchas, el ropero o la consigna, además de la estancia básica de tres días y los programas individuales que ya requieren un compromiso de continuidad.

En su primer año en la calle, el equipo ha contactado con 350 personas, de los que la mayoría han sido nuevas - muchos se instalan de forma esporádica o están de paso - y unas 40 habituales. Inmigrantes en un 60%, varones y entre 30 y 50 años, muchos con problemas asociados de alcohol. De ellos, un 20% ha acudido al centro para utilizar algunos de los servicios y 8 de ellos han iniciado un programa de inserción, lo que ya es un logro.

«Es un gran aliciente ver los que llegan al centro, o gente que estaba tirada en la calle y ha acabado en una casa», señalan. El equipo está contento de su primer año de contacto, «ya nos conocen» y saben que es un servicio «continuado y estable, pero sin cargar, sin pasarse; de hecho, empezamos con 3 días y lo hemos dejado en 2».