La Entrada Cristiana no defraudó en absoluto, sino todo lo contrario. Fue un espectáculo intenso repleto de colorido y música, en el que el capitán de los Navarros deleitó a la multitud que abarrotaba las calles con un boato inspirado en la historia y las leyendas de la comunidad foral, con aquelarres incluidos, mientras que el alférez de las Tomasinas se inspiró en los emblemas de su filà, con la figura del dragón emergiendo en medio de todo.

Los Navarros hicieron honor a su nombre y entusiasmaron al público con un boato enraizado en la historia y las costumbres de la comunidad foral. Todo ello evocando la figura del rey Teobaldo II, que sería el primero en adoptar como sello las famosas cadenas. Abría la comitiva las escuadra de la filà, quien ya daba paso a un boato intenso y frenético.

Tras el paso de un nutrido grupo de amazonas y arqueras irrumpió en escena un espectacular ballet simulando un aquelarre, con numerosos danzarines vestidos con pieles, una imponente carroza que simulaba un enorme cráneo de ciervo y el aroma inconfundible que emana de la brujería. El grupo Zampazar de Ituren, llegado expresamente desde tierras navarras, cautivó al público con su baile de cencerros, antes de que apareciese una carroza singular con las marionetas de la filà en el Belén de Tirisiti y una danza de cortesanas.

Un intenso preámbulo para anunciar la llegada de la parte señorial del boato. Primero los caballeros de la favorita a caballo y después ella, en lo alto de una carroza con un vistoso traje rematado en perlas doradas y junto a sus damas. Después, las damas y caballeros del capitán sobre una carroza que simulaba una impresionante carroza gótica y, para finalizar, el comandante de los defensores de la cruz.

Apareció, como no podía ser de otra forma, subido también en lo alto de una bella carroza con heraldos y lobos, y acompañado por su mujer. José Vicente Jornet lucía un impactante traje en colores ocres rematado por una coraza y un casco en oro y una capa de pieles, mientras que se acompañante le ponía el contrapeso con un elegate vestido de tonalidades azules. De fondo un árbol en flor y la inmortal «Aleluya» de Amando Blanquer. Una impactante estampa que el público aplaudió a rabiar, especialmente cuando a la llegada a la plaza el niño alcodiano entregaba al capitán las llaves de la villa.

Cerraban el boato las danzas del grupo navarro Alaiak Muthiko, también llegado desde la comunidad foral, y la escuadra especial, como no podía ser de otra forma de agresiva estética pastoril, con pieles y un casco rematado con unas enormes cornamentas de muflón.

La Entrada siguió transcurriendo al paso de Almogávares, Mozárabes, Vascos, Guzmanes, Vascos, Guzmanes, Labradores y Cides, antes de la llegada de la escuadra del Mig de los Asturianos, dominada por los metales dorados y una bella capa granate.

Susto y corte

Tras Andaluces, Aragoneses, Alcodianos, Cruzados y Montañeses hacía acto de aparición el alférez de las Tomasinas. Un boato espectacular inspirado en los símbolos propios de la filà, como los claveles de una coreografía o el dragón articulado de dos cabezas sobre el que se situaba la imponente estampa del alférez, José Luis Calbo. También destacó un ballet con San Jorge y otro dragón como figura central y una danza de la muerte. La comitiva también estuvo marcada por el susto que se llevó el cabo batidor de la escuadra de blancos al desbocársele el caballo, sin mayores consecuencias, o el corte en la escuadra especial en la calle San Nicolás, que después se pudo subsanar.