Las huestes de la media luna maravillaron con una Entrada a medio camino entre la suntuosidad oriental y el espíritu guerrero. El capitán de la Filà Verdes evocó el ataque del legendario caudillo musulmán Al-Azraq a Alcoy con un boato caracterizado por la elevadísima participación y la gran catidad de carrozas, antes de que el alférez de la Magenta transportase a los espectadores a lejanas tierras y desiertos.

El capitán moro, Jorge Vaquer, se transmutó en Al-Azraq para rememorar el legendario ataque del caudillo árabe a Alcoy. Y para ello él, y la Filà Verdes, brindaron al público un espectáculo repleto de suntuosidad, en el que no faltaron tampoco detalles de signo guerrero. La comitiva estaba integrada nada menos que por 1.400 personas y 18 carrozas, en uno de los boatos más numerosos que se recuerdan.

Tuvo la virtud la propuesta de que todos los participantes lo hicieron de manera activa, ofreciendo coreografías más o menos complicadas. La participación femenina fue muy amplia y destacó sobre todo la música. Todas las piezas, excepto la de las escuadras, habían sido compuestas ex profeso por Saúl Gómez Soler, lo que otorgó al boato un sentido armónico compacto y único.

Resaltó un frenético ballet de sombras en movimiento, así como otro, ubicado sobre una carroza, que imitiaba el renacer de la vida a través del agua y los árboles.

Cuarenta jeques aparecieron en lo alto de hasta siete carrozas, con bellos trajes que, siendo similares, se distinguían entre sí por las tonalidades cromáticas, pasando por el marfil, el rojo, el cuero, el verde, el crema, el negro y el granate.

El capitán moro irrumpió en lo alto de otra carroza, ésta de caracter casi monumental, con forma de barco y configurada a base de escudos que parecían aletear. Iba acompañado por sus tres rodellas y lucía un imponente traje con una coraza en oro y plata sobre fondo negro, al igual que el elegante turbante.

Si numeroso fue el grupo de jeques, no lo fue menos el de las jequesas, que también a bordo de suntuosas carrozas iban a compañando a las favoritas en su entrada a la ciudad.

Fue ahí donde apareció en escena uno de los elementos más atractivos de la Entrada, no sin que antes se produjera un corte más que notable a la altura de la calle San Nicolás que obligó a detenerse momentáneamente a la comitiva del capitán hasta que todo se volvió a compactar. Se trataba de la escuadra especial, la cual lucía un original atuendo que hizo levantarse al público de sus asientos, y en el que destacaba por encima de todo un excepcional turbante marrón del que sobresalía una calavera. El conjunto se remataba con unos enormes carcaj con flechas, lanza, capa en cuero y garras.

Llegaron después Chanos, Miqueros, Judíos, Llana y Benimerines dando paso a la Escuadra del Mig, este año a cargo de la Filà Berberiscos. Un diseño singular en el que destacaba el enorme turbante en marfil con lo que parecía una flor de lis en oro. Predominaban los colores característicos de la formación, con ribetes rojos en la vestimenta y la capa azul.

Tras Realistas, Marrakesch, Abencerrakes, Mudéjares, Ligeros y Cordón llegaba el turno del alférez de la Magenta, Santiago Carbonell. Llamaron la atención los ballets, uno en que los cuervos eran protagonistas y otro en el que un grupo de lagartos emanaba desde el fondo de las dunas. Entre damas a caballo y jeques a camello emergió la figura del alférez en lo alto de un enorme carromato luciendo un atuendo guerrero con coraza y casco en oro y plata. Una escuadra especial de estética africana cerró la brillante Entrada.