Los daños en el arbolado durante la gran nevada de enero se cebaron especialmente en el «pinus halepensis», la especie más abundante en la Comunidad Valenciana y poco adaptada a las nevadas. Otras especies como el «pinus nigra» o el «silvestris», son más frecuentes cuanto mayor es la altitud y tienen una mayor adaptación a la nieve.

El peso de la nieve partió por la mitad miles de pinos, pero también hizo que cayeran muchas ramas sueltas, desgajadas del tronco principal.

Cada una de estas cicatrices es una puerta de entrada a las plagas forestales, incluidos los insectos perforadores, que en los últimos años han dañado seriamente millones de pinos previamente debilitados por la sequía acumulada.

Sin embargo, el hecho de que los daños se registraran en invierno, cuando los insectos se encuentran poco activos, hace que las plagas no sean la principal preocupación de los técnicos de la Conselleria de Agricultura y Medio Ambiente. Muchas de esas «heridas» habrán cicatrizado cuando las temperaturas suban y se reactive el ciclo de estos insectos.

Los daños provocados por las nevadas se agravaron una semana después de las intensas precipitaciones con la aparición de un intenso temporal de viento que tiró por tierra a miles de pinos muy vulnerables debido al reblandecimiento del terreno provocado por el deshielo de la nieve.

Según explica Antoni Marzo, ambos temporales, el de nieve y viento, podrían incluso considerarse «beneficiosos» en la medida en que han contribuido a realizar una «selección natural» en masas forestales demasiado tupidas surgidas en muchos casos de la regeneración natural tras un incendio forestal en las que no se ha hecho gestión forestal.

Sin embargo, todo el material vegetal que en un clima húmedo se pudriría contribuyendo a hacer un bosque más «adulto» y evolucionado, en el clima mediterráneo incrementa tanto el riesgo de ignición inicial como la rápida y violenta propagación de las llamas.