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Trayectorias paralelas

En estos días de «Camilosestomanía» que vivimos, nos llega de repente, como caída del cielo, Sol Picó. A los reconocimientos que tenía en la periferia mediterránea -Importante de INFORMACIÓN incluido- puede sumar uno de notable calado, el Premio Nacional de Danza, lo que la incorpora a la lista de grandes «divas» de esta expresión artística tan complicada. En el Olimpo nacional ya no puede aspirar a más, al menos en cuando a galardones de este tipo.

Más allá del premio y de su calidad evidente, reconocida y aplaudida a través de innumerables montajes, siempre innovadores, siempre arriesgados, está la trayectoria personal. Y en esto podemos volver al principio: Camilo Sesto y Sol Picó han llevado vidas paralelas, aunque la evolución posterior haya sido distinta. Camilo dejó su Alcoy de infancia y juventud, los salesianos, la Filà Judíos, para buscar fortuna en Madrid, evidentemente en el mundo de la canción. Acabó triunfando y siendo su propio «jefe», por lo que pudo invertir 12 millones de pesetas -de las de 1975- para el montaje de Jesucristo Superstar, el primer musical de España.

De Sol Picó conocemos a la bailarina, a la que aplaudimos cada vez que sale a escena, pero también está la promotora, la empresaria que lleva con su propia compañía desde 1993, arreglándoselas como puede para salir adelante. Como el cantante, salió de su ciudad natal y buscó camino en este caso en Barcelona, hasta que consiguió consolidarse a través de un prestigio creciente, que se ha disparado durante la última década.

Pensamos en el cantante que coge el micrófono o en la bailarina que se pone el tutú -aunque su caso, creo que no lo ha usado demasiado-, pero también está el promotor/emprendedor que paga las facturas, contrata y despide, busca oportunidades y diseña canciones o montajes nuevos. En el caso de Camilo, todo esto se superó en su momento, pero tengo la sensación de que a la bailarina le toca de cerca, en unos tiempos en que el mundo de la cultura las pasa canutas, como tantos otros ámbitos.

Y tenemos más ejemplos. Enrique Llácer «Regolí», ya retirado y medalla nacional de las Artes Escénicas el año pasado, era batería de Raphael antes de adquirir prestigio como solista de percusión de la Orquesta Nacional de España. También iba de gira en gira, de concierto en concierto... hasta que la orquesta le permitió adquirir estabilidad, como reconocía el propio interesado a raíz del galardón.

Podemos hablar de Xavi Castillo, que no se ha marchado muy lejos, aunque estoy seguro que Rita Barberá, Alfonso Rus y algunos más le habrían pagado un billete a la Luna... sólo de ida. Cada vez que un ayuntamiento le cancelaba o no le contrataba una función, había o hay -que imagino seguirá en cierto grado- un titular, pero también un ingreso frustrado. Y al final el artista y las compañías necesitan esto, fondos con los que pagar la comunidad de vecinos, la tostada del desayuno y la factura de la luz.

Así que, en consonancia con el ambiente de la «Camilosestomanía», es preciso felicitarse por el premio a Sol Picó. «Da ganas de seguir», decía ayer en este diario la artista.

Y eso queremos... que siga mucho tiempo.

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