Llego al estudio con la puñalada del frío traicionero metida hasta el alma. Se comenta que en la Font Roja ha nevado. Fuera, la Glorieta soporta un sol helado y el amarillo empieza a invadirlo todo. Venía pensando en la fugacidad del tiempo, en esa absurda inercia de mantenernos en pie y seguir caminando hacia ninguna parte. Enciendo el ordenador y ojeo periódicos digitales en busca de alguna noticia digna de comentario. Más de lo mismo. Los designios del mundo están en manos de una señora con mechas y de un histrión megalómano (gana el histrión, al parecer). El PSOE se hunde. Al PP le siguen creciendo las ranas cargadas con macutos de turbio contenido. A uno de Podemos le quieren enchironar por contar chistes macabros o de dudoso gusto. El maestro Forges dice que, hoy por hoy, España da para cincuenta o sesenta chistes al día. Queda demostrado que el duque «empalmao» no ha existido nunca. Luis «el cabrón» sí era Bárcenas y todo hace sospechar que la ministra de defensa va a decorar los carros de combate con puntillas, peinetas y primores de organdí. A nivel local, sigue la segregación por sexo en la fiesta. Que nada, que no hay manera de que al mujerío le permitan divertirse. A veces, mi querido Alcoy se desangra con chuminadas. En fin.

Llego al apartado de cultura de uno de esos periódicos y leo para mi regocijo que ha salido al mercado la macro biografía de Franz Kafka del escritor Reiner Stach. El tipo se pasó más de una década destripando a la cucaracha. De Kafka me lo leí casi todo a una edad en que el estómago del encéfalo no está preparado para digerir según qué lecturas. Con el tiempo entendí medianamente la gran metáfora de un hombre gris, acogotado por los sentimientos de culpa. Casi todo en el mundo kafkiano es hostil y denso como niebla viscosa. «La Metamorfosis», escrita febrilmente de un tirón, es la historia de un acomplejado que no superó jamás el menosprecio de un padre absolutista. Acaba atacando al hijo/ insecto con una lluvia de manzanas que le rompen el caparazón.

En «El Proceso», un hombre es condenado y ajusticiado sin que en ningún momento se aclaren los motivos. Esa es la gran metáfora de la vida. Todos, por el hecho de estar vivos padecemos nuestro propio proceso que entroncaría con el sentimiento macabro/ barroco de la cuna y la sepultura. Estamos condenados a muerte desde que nacemos. Algunos nos angustiamos. Kafka escribió una catedral. Creo que la fragilidad de Franz Kafka era pura fachada. Según algunos apuntes que he leído de la biografía mencionada (a ver si cambio de fortuna y puedo ir a Llorens a por ella para esnifármela toda) el de Praga, menudo como un pardal, cuidaba su alimentación hasta lo obsesivo y hacía deporte con regularidad. Y uno que se lo imaginaba matando fantasmas a absentazo limpio en cualquier tugurio de Praga y calmando su existencialismo entre dulces pechos de meretriz.

Bien, como se ve, hoy tengo la mañana kafkiana, las noticias son kafkianas, el bajonazo traicionero de la temperatura es kafkiano, lo de Trump, más que kafkiano es tentar a la suerte en el filo de la navaja y yo voy a revisarme la cabeza, no sea que me vea antenas de cucaracha por algún lado.