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La subversión del poder

Fiestas como «Els Enfarinats» o el «Rei Pàixaro» son tradiciones medievales con las que se alteraba el orden social

La subversión del poder

Las Saturnales o «Saturnalia» eran unas fiestas populares que los antiguos romanos celebraban en honor del dio Saturno, divinidad protectora de la agricultura y el ganado, a partir del 17 de diciembre aprovechando la interrupción de los trabajos en los campos con la llegada del invierno. Durante estas fiestas, se incitaba a la inversión de los roles diarios dando paso durante unos días a la preponderancia de los más humildes. Durante la Edad Media estas festividades se extienden desde mediados de diciembre hasta Carnaval. Estas celebraciones del desorden, de la inversión de las jerarquías, nacieron curiosamente en época medieval en círculos eclesiásticos y servían para un saludable ejercicio de humildad de los eclesiásticos de rango superior.

Para representar la inocencia, la humildad y la carencia de contaminación social, los elegidos eran niños, locos y bestias de carga, los cuales asumían todo el protagonismo durante estas festividades de inversión que se sucedían a lo largo del invierno, una estación con poco trabajo que permitía, por tanto, el ocio, el juego y las relaciones de la comunidad que servían para reforzar los vínculos sociales mediante la mojiganga, la fiesta y el intercambio de regalos.

Según Francesc Massip, investigador del teatro medieval, fue en este contexto en el que surgieron las dignidades o autoridades efímeras, particularmente entre los niños que se convertían en reyes por un día o entre los «escolanets», transmutados en prelados durante unas jornadas de tolerancia en las que se intercambiaban los roles de poder y jerarquía. En las catedrales, el día de San Nicolás se escogía el «obispo de los niños» y, en los monasterios, el «abad de los niños». Este obispo o abad, investido de mitra, sortija y atributos de «auctoritas», designaba su curia, celebraba un oficio solemne y daba la bendición en clave de parodia.

Durante estos días de travestismo en el poder, niños y mayores bailaban y correteaban por el interior de las iglesias, disfrazados con máscaras o vestidos de forma burlesca, entonando canciones no muy sagradas, tirando cenizas e inmundicias al suelo, bendiciendo al pueblo con colas de asno, haciendo besar un portapaz de corcho a los fieles y alterando el oficio de la misa. El gran momento de la fiesta lo constituía la cabalgata popular a través de las calles de la vecindad. Según relata Jacques Heers en su libro «Carnavales y fiestas de locos», desde la iglesia, el cortejo se hacía ver con juegos y bufonadas indecentes, se paseaba por los villorrios en carruajes, y, para dar risa al pueblo, los participantes adoptaban posturas indecentes y proferían palabrotas. Eran acompañados de carretas llenas de inmundicias que tomaban a placer para tirarlas sobre la población que se reunía en torno a ellos.

Todo estas chirigotas irreverentes y cambio de roles acabó a finales del XVI, cuando el concilio de Trento acabó con toda manifestación de heterodoxia y práctica mundana en las fiestas religiosas.

Como una auténtica reliquia de estas «fiestas de locos» del medievo hay que tratar la fiesta de «Els Enfarinat» de Ibi, articulada alrededor de una incruenta guerra para tomar por unas horas el poder en la villa juguetera y someter a sus vecinos a la dictadura de la sinrazón y el absurdo. La intentona concluye, como es conocido, con una batalla de huevos y harina, entre oposición y el gobierno de los Enfarinats que debe concluir al mediodía para que la villa retorne a la normalidad del reino de los cuerdos. No obstante, esta revolución de roles de «Els Enfarinats» no debe hacernos olvidar otros actos singulares de estas fiestas de Ibi, como el bando «dels Amantats» o el «baile del Virrey», cuyos orígenes se remontan a varios siglos atrás y son fiel reflejo de otras formas de respuesta social al rigorismo religioso y político.

Relacionada con estas fiestas de locos y niños, otra jerarquía efímera era la del rey de los Inocentes, el llamado Rey Moixó, Rey Pàxero o PàixaroRey Moixó, Rey Pàxero o Pàixaro, una fiesta también por Navidad y Fin de Año que el Consell de la ciudad de Valencia prohíbe el 12 de enero de 1403. En otros lugares este efímero monarca era nombrado durante la Epifanía -conocido como el «Rei de la Fava»-, por San Antonio, como ocurre en Biar, o durante Carnaval como es el caso del «Moixó Foguer» de Vilanova i la Geltrú, personaje cubierto de miel y plumas que va rociando a los niños.

Aunque actualmente esta tradición solo se conserva en Biar, el profesor Biel Sansano ha documentado su existencia en el pasado en Elche, Novelda, Monóvar, Agost, y en las poblaciones castellonenses de Vila-Real y Culla. Joan Fuster relacionó este rey efímero valenciano prohibido por las autoridades con otro personaje de nombre similar condenado por un sínodo de la diócesis de Segorbe por sus representaciones dentro de las iglesias. En una visita parroquial a la población de Agost, el delegado eclesiástico hizo constar la prohibición expresa al cura de que «que no permitiese que en el templo entrase persona alguna con hábitos y trajes indecentes por la reverencia y compostura con que se devía de estar en la iglesia como cassa de oración». Advertía, además, escandalizado, «que han acostumbrado [a] hacer cierta fiesta que llaman del rey Pájaro, entrando en la Iglesia el que hacía papel del rey con acompañamiento de otras muchas personas, y que se sentaban en sillas y assí mesmo la mujer que hacía papel de Reyna hiba con muchas doncellas en cuerpo a la mesma iglesia, siendo esta manifestación muy ajena a lo sagrado de los templos, en que deben estar los fieles con suma reverencia y devoción, y sin ocasionar divertimento alguno». El visitador, en virtud de su autoridad, ordenaba bajo «pena de excomunión mayor» que dichos personajes del rey y la reina se abstuviesen de sentarse en lugar privilegiado en el interior del templo.

Según indica el mismo Sansano, esta tradición del «Rei Pàixaro» en Biar decayó hacia el siglo XVII o el XVIII hasta perderse, y que a finales del siglo XIX o comienzos del XX fue recuperada. A finales de la dictadura franquista, cuando parecía que se volvería a perder, el «Rei Pàixaro» encontró el apoyo de un nuevo grupo de jóvenes que le dieron un nuevo impulso y que han permitido que esta antigua tradición ligada a una subversión del poder en el medievo se conserve.

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