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Cuando en Alcoy había Fallas

La Biblioteca Municipal de la ciudad expone una muestra de Llibrets de Falla de la II República

Cuando en Alcoy había Fallas

Conocida sobre todo por sus centenarias fiestas de moros y cristianos, los aires laicistas de la II República trajeron a Alcoy una fiesta con menos carga confesional. Las fallas llegan a la ciudad del Serpis fallas en 1933 de manos de Juan Arques Blanes, un dibujante y pintor local que había trabajado unos años en Valencia para diferentes artistas falleros. Arques convenció a algunos vecinos para plantar una falla en la placeta del Carbó e incluso solicitó permiso al ayuntamiento para la celebración de unas fiestas falleras, una verbena y una tómbola en el parque de la Glorieta.

Apenas unos días antes de la fiesta fallera prevista para junio de 1933, se creó un Comité Central Fallero con representación del ayuntamiento, Cámara de Comercio, Asociación Mercantil y las diferentes comisiones falleras. La mañana del 30 de junio de 1933, finalmente, se plantaron seis fallas en los diferentes barrios. Aunque su calidad artística era bastante escasa, la típica sátira fallera produjo el regocijo del vecindario que apoyó estas nuevas fiestas de verano. El programa de actos, además, se completaba con «despertaes», verbenas, corrida de toros, traca, pasacalles, juegos infantiles y engalanamiento de calles.

La implantación de las fallas en Alcoy no sentó nada bien en algunos medios alicantinos, que acusaron a los alcoyanos, en las páginas del semanario El Tío Cuc, de «envidiosos» e «imitadores». Ello provocó la réplica del Comité Central Fallero exigiendo disculpas y cargando contra las Hogueras alicantinas acusándolas de plagiar las fallas valencianas.

Visto el gran apoyo de los vecinos, el Comité Central Fallero comenzó a organizar una nueva edición apenas una semana después de la cremà. En tan solo un mes se constituyeron diez barrios falleros más. Una vez establecidas las nuevas comisiones falleras y elegidas sus «bellezas», se acordó trasladar las fiestas a la festividad del Carmen, entre los días 12 y 15 de julio. Por esta razón, serían denominadas «Fallas del Carmen».

Este mismo año 1934 nacía la revista El Fallero, con una portada de Vicente Abad Rico, ganador del concurso de carteles. El primer número de la revista apareció el 10 de julio de 1934, al precio de 50 céntimos. En este volumen se hacía relación de los miembros del Comité Central Fallero, de todas las «bellezas» de los barrios y de los componentes de los barrios falleros. Se insertaban entrevistas al alcalde, la Fallera Mayor y el presidente del Comité, y todos los bocetos de las fallas, con una pequeña explicación en rima del lema de cada una. Junto a la revista, se vendían a modo de suplemento unos modestos llibrets de falla de las distintas barriadas. El Fallero agotó todos los ejemplares, unos 2.500, en tan sólo dos días.

El año 1935 fue el más fallero. Se reorganizaron los barrios falleros y se crearon ocho fallas infantiles. Aparte de los monumentos falleros, también se realizó un extenso programa de actos, tanto institucionales como de las distintas barriadas falleras. La revista El fallero duplicó su tirada hasta llegar a los 5.000 ejemplares y su portada fue realizada por Antonio Pérez Jordá, ganador del concurso convocado al efecto.

Las dimensiones de los monumentos falleros se duplicaron con respecto a ocasiones anteriores y se pasó de plantar pequeñas fallas de unos cinco o seis metros a construir monumentos que superaban los diez metros de altura y con una anchura considerable.

Para las fallas previstas en el verano de 1936, el ayuntamiento aprobó una subvención de 4.000 pesetas y la concesión de tres premios a las mejores fallas infantiles. Por su parte, el Comité Central Fallero renovó el cargo de presidente y aprobó conceder premios a las mejores calles engalanadas. El concurso de la portada de El fallero lo ganó nuevamente Antonio Pérez Jordá. Se constituyeron dos nuevos barrios falleros. La nueva fallera mayor dio el paso al couché nacional apareciendo en diversas revistas de amplia distribución como El Correo y Mundo Gráfico donde llegó a acaparar algunas portadas, lo que ocasionó que le llegasen cartas de admiradores desde París y México.

El estallido de la rebelión militar el 18 de julio obligó a aplazar estas fiestas falleras. Los monumentos de cartón previstos para ser plantados quedaron almacenados. Cuando concluyó la guerra, algunos fueron vendidos a artistas falleros de Valencia y Alicante.

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