El pasado domingo, miles de alcoyanos decidieron con sus votos que era necesario un cambio de rumbo en el gobierno de su ciudad. Con la pérdida de la mayoría absoluta del PP, las urnas lanzaron un mensaje muy claro, poniendo el futuro de Alcoy en manos de un acuerdo tripartito entre socialistas, Bloc y EU. El 22-M no ha supuesto solo el rechazo a una serie de proyectos concretos con una fuerte contestación ciudadana, el 22-M ha supuesto, sobre todo, el rechazo a una forma de gobernar desde la prepotencia y el enfrentamiento continuo. Los resultados de la noche electoral son una exigencia colectiva a los partidos para que opten por la negociación y el consenso,tras once años de pensamiento único y de laminación sistemática de cualquier asomo de disidencia.

Un comentarista malvado de barra de bar afirmaba que, «en una semana, el PP ha negociado más que en tres legislaturas». Esta referencia a los desesperados e infructuosos intentos de Jorge Sedano por mantener la Alcaldía con el apoyo de algún partido de su antigua oposición es un perfecto resumen de los acontecimientos que han seguido al vuelco electoral de la noche de 22-M alcoyano. Por mucho que el alcalde esté dispuesto a renunciar a sus proyectos más estratégicos, queda demostrado que no se puede recuperar en siete días lo que se ha derrochado en once años. Ni uno solo de los partidos de la oposición se planteaba la remota posibilidad de mantener a los populares en la Alcaldía; todos habían expresado durante la campaña, como un punto programático central, su compromiso de impedir que Sedano siguiera al frente del Ayuntamiento.

La falta de entendimiento del PP con el resto de los partidos del arco político debe ser interpretada como el reflejo del desencuentro de esta fuerza política con un amplísimo sector de la ciudadanía, que no perdonaría ninguna alianza con los populares. Para llegar a este punto de animadversión, ha sido necesario recorrer un largo camino, en el que el equipo de Sedano ha dado muestras palpables de su desprecio hacia cualquier voz discordante que viniera de la sociedad civil alcoyana.

La historia reciente está llena de ejemplos sangrantes de una manera de gestionar que, poco a poco, ha ido engordando la nómina de enemigos de este gobierno municipal. El caso de la Rosaleda resulta paradigmático: el PP impulsa un proyecto con una fuerte contestación ciudadana, hace un parking y arrasa una zona verde pese a las advertencias de ilegalidad de la obra y acaba desautorizado por el mismísimo Tribunal Supremo y, lo que es peor, gastándose 700.000 euros para arreglar un desaguisado absolutamente previsible. Tampoco hay que olvidarse de desastres como el de Serelles, una megaurbanización de 1.200 chalés llamada a convertirse en el emblema del urbanismo popular, que al final se ha quedado embarrancada por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, por una sentencia condenatoria del TSJ y por un expediente sancionador de la Confederación Hidrográfica del Júcar. Esta relación de meteduras de pata estaría incompleta sin una referencia al proyecto de hotel de la Font Roja, un absurdo empecinamiento de los populares, que afecta a un paraje totémico de los alcoyanos y que ha provocado un movimiento de rechazo ciudadano que, sin ningún género de dudas, les habrá pasado factura en las urnas.

Esta acumulación de errores se ha convertido en material político de primera en manos de los partidos de la oposición. Los documentos de mínimos para futuros pactos de gobierno entre PSOE, Bloc y EU son una relación exhaustiva de actuaciones a paralizar, en la que, además de los proyectos antes citados, también figuran propuestas emblemáticas del PP, como el sempiterno polígono industrial de la Canal o el inverosímil bulevar, aprobado aprisa y corriendo a final de legislatura, a pesar de que su elevado coste económico –27 millones de euros– hipotecará a las corporaciones de los próximos veinte años.

Si los futuros gobernantes del tripartito tienen muy claro qué es lo que los alcoyanos no quieren, les resultará un poco más difícil averiguar qué es exactamente lo que quieren de su gobierno para los próximos cuatro años. Para responder con acierto a esta pregunta tendrán que echar mano de toda su sensibilidad y de toda su capacidad captar los sentimientos de la opinión pública. Si los integrantes del futuro gobierno de coalición se meten en una guerra de poltronas y de protagonismos habrán frustrado muchas de las esperanzas que se habían puesto en ellos, convirtiendo en una mera anécdota su paso por el poder. Si, en cambio, deciden hacer una demostración de grandeza y de sacrificio, impulsando una nueva forma de gobernar más participativa y más ligada a los intereses reales de la calle, habrán abierto una nueva etapa en la historia de esta ciudad.