Basadas en un texto anónimo, las Embajadas transmiten una tensión y un dramatismo difíciles de superar. Son un intercambio dialéctico que poco a poco va subiendo en intensidad y que consigue meter de lleno al público en el acontecimiento que se desea representar.

Ya desde el inicio, la puesta en escena predispone a los espectadores. El preámbulo es la Estafeta: por la mañana, un emisario de las huestes de la media luna llega a caballo hasta las puertas del castillo y entrega a sus moradores un mensaje, invitándoles a rendir la plaza sin resistencia. La única respuesta que recibe, clara y contundente, es la rotura del pergamino. Indignado, emprende una rápida carrera con su montura por la calle San Nicolás en busca de sus tropas, que lo aguardan para intervenir. Se trata de una estampa de gran belleza, que congrega a un público numeroso y ansioso por aplaudir.

A renglón seguido llega la Embajada. El representante de los moros llega a la plaza escoltado por los suyos e intenta obtener la rendición del castillo con un tono enérgico y confiado, esgrimiendo el poder del ejército comandado por el caudillo Al-Azraq. Pese al tono amenazante del discurso, los cristianos se niegan a rendir la plaza amparándose en Jesucristo, con lo que la batalla de arcabucería se vuelve inevitable.

Por la tarde, y tras una nueva Estafeta, es el embajador cristiano el que llora la pérdida de sus posesiones e intenta que las huestes musulmanas las devuelvan. En esta ocasión vuelve a insistir en su fe, así como en la de los grandes guerreros que por parte de su bando están protagonizando la Reconquista. Los moros, henchidos de soberbia, desprecian a los cristianos y la batalla vuelve a comenzar.

Los efectos teatrales, con todo, no terminan en las Embajadas propiamente dichas. El Encaro es otro elemento que se enmarca en la escenografía de la batalla. Se trata del momento en que los capitanes -en el Partidor- y los alféreces -en la plaza de los Salesianos-, se encuentran frente a frente. En principio es un encuentro cordial en el que brindan y llegan a intercambiarse obsequios, pero la situación acaba volviéndose agria y el combate se reanuda.

La culminación es la lucha con espada. Los cargos festeros, incluido Mosén Torregrosa, se enzarzan en un combate cuerpo a cuerpo, primero a los pies del castillo y después entre las almenas, que termina con el embajador enarbolando el estandarte del bando vencedor. Un gran teatro, en definitiva, al servicio de la Fiesta.