El escenario era el mismo que el año pasado, el área del parking, pero nada que ver la apacible celebración de ayer, con la tumultuosa del año pasado, que se saldó con una miríada de problemas.

La fiesta de las paellas, organizada por la delegación de alumnos, se inició temprano en una gélida mañana -mínima de 2 bajo cero- y concluyó a la caída de la noche, aunque luego muchos la continuarían por su cuenta, previsiblemente hasta el alba.

La organización había vendido, en total, más de 4.500 localidades, cuyos portadores tuvieron que acceder al recinto entre una intensa vigilancia policial en la plaza Mossèn Josep y los controles para evitar la entrada de vidrio. Una vez dentro, los distintos grupos académicos o simplemente de amigos, prepararon paellas, en algunos casos, embutidos, en otros, o simplemente sacaron el bocadillo. No faltó ni la zona de los trabajadores de la Politécnica, ni de los estudiantes mayores.

A última hora el concejal de Seguridad Ciudadana, Nacho Palmer, y el director de la Politécnica, Enrique Masiá, coincidían a la hora de destacar la total ausencia de incidentes destacados. "Hemos tenido lo típico de un fin de semana", resaltó Palmer.