No por menos presentida, deja de causar dolor la pérdida de una persona muy apreciada. Seguía con honda preocupación el proceso negativamente imparable de su reiterado cáncer contra el que no pudieron las nuevas técnicas oncológicas.

Últimamente manifestaba yo a las personas de mi entorno la gravedad de su estado y, desde luego, difícilmente olvidaré mi última conversación telefónica con ella cuando me dijo «Joaquín, sé que me estoy muriendo» ya que esas palabras pocos veces las escuchamos y solo salen de alguien resignado pero a la vez realista y rebelde por abandonar este mundo demasiado pronto, dejando a sus cinco hijos y una larga relación de nietos, denotando una firmeza que no muchos conocían.

Porque Luisa Pastor era una mujer que, bajo esa apariencia de amable y risueña mujer, escondía una fortaleza y determinación que la hacían a menudo gobernar con mano de hierro bajo guante de seda. Puedo dar fe de ello.

El único hijo varón, José Ramón García Pastor, me confirmó, cuando coincidí con él en la calle, el estado irreversible de su madre, tras la última intervención quirúrgica y el que ahora se trataba de darle entre todos la mejor calidad de vida posible.

Conocí en persona a Luisa hace quince años, formando parte de la Junta Rectora del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert; y desde entonces hubo sintonía entre nosotros. Ella propuso que se me valorara positiva y públicamente mi gestión al frente del mismo cuando abandoné la dirección.

Y no solo me hizo presidente de la Comisión del VI Centenario de la predicación de San Vicente Ferrer en el lugar de Raspeig y del 175 aniversario de la constitución del municipio de San Vicente del Raspeig en 2011, organizando una ingente cantidad de eventos de todo tipo, sino que había propuesto que fuera yo, como así se hizo, quien escribiera la exhaustiva biografía de su marido que culminé bajo el título de José Ramón García Antón, un hombre claro como el agua y que por distintos avatares políticos y de patrocinios, aún no ha visto la luz.

Fueron meses de análisis profundo y de estudio de toda su vida en común junto a José Ramón desde los años en que él cursó brillantemente Ingeniería de Caminos en Madrid, pasando por el noviazgo, la boda, la estancia en Benidorm y su labor política hasta llegar a esa muerte súbita mientras dormía la siesta.

Fuera de su entorno familiar, creo sinceramente que no hay quien sepa tanto de su vida y para mí quedan, al menos de momento, las confidencias que Luisa Pastor me contó sobre algunas personas de su ámbito político cercano.

Más recientemente, ya como presidenta de la Diputación de Alicante, me requirió para que fuera el único asesor de Cultura de la misma y me encargara de la coordinación del ADDA. Valoraba en las personas la lealtad, la honradez y la sinceridad mientras rechazaba el oportunismo, la incompetencia, la adulación y más adelante el olvido cuando se abandonaba el cargo.

Fue Luisa una mujer que vivía intensamente la política y se sentía por encima de todo una sanvicentera con carácter pero llana y sencilla. Como anécdota recuerdo que una vez estando con ella en el vestíbulo del Ayuntamiento, observó que a una anciana le estaba dando un mareo y se tambaleaba. Se fue corriendo a coger una silla, la sentó y se puso a abanicarla con una revista mientras le decía si quería que avisara a algún familiar.

Resultaba muy frecuente verla paseando por el pueblo, pararse con la gente, escucharle sus quejas o sugerencias. Era una política de raza, como me ratificó en Valencia el sociólogo José Miguel Iribas, fallecido hace ahora justo dos años, en amena conversación con personas muy próximas a ella como Paco de Santiago o Antonio Carbonell.

En fin, que ha muerto la única mujer presidenta de la Diputación de Alicante que supo hacer de San Vicente una gran población y de la provincia un lugar vertebrado donde la atención a los pueblos para mejorar los servicios básicos, era su principal preocupación. Descanse en paz una buena persona.