Discutí mucho con Luisa Pastor. Durante la legislatura en la que estuve en la Diputación Provincial de Alicante en la oposición, discutimos mucho. Buena señal, porque demostraba que hablábamos a menudo. Me resultaba, al principio, extraño que dos personas con maneras de pensar diferentes, con ideológicas diametralmente opuestas y de generaciones distantes pudiéramos discutir tanto y llegar a tantos y tantos acuerdos. Acuerdos que pocas veces eran entendidos, aunque fueran buenos para los pueblos. Cuando estás en la arena, el público quiere sangre, no acuerdo.

Ella repetía que era mejor hacer lo justo que lo conveniente. De otra manera, mi padre solía decirme algo parecido. Ahora se ha ido, y con ella puede también acabar de irse una forma de hacer política donde ser contrario no era necesariamente ser enemigos. Ni dentro, ni fuera de los partidos. Es verdad que me hubiera gustado ganarle las elecciones en su pueblo, en la provincia, en todos y cada uno de los pueblos y ciudades donde concurríamos desde partidos diferentes. Ganarle era un deseo, pero no un ansia personal contra ella. Así, de esta manera, Luisa también entendía la política. Y así, sin saberlo y sin esperarlo, uno también aprendía de la política y de la vida a través de las lecciones de sus adversarios. La vida te da esas ricas contradicciones.

No, no alabo las políticas de derechas que representaba. Alabo, sin pudor alguno, el valor que ella le daba a la política por encima de todas las cosas. Como herramienta humana para superar los infortunios que nos enviaban los dioses. Como palanca de cambio que puede cambiar el rumbo de las personas que, sin saber que hay gente lejos pensando en ellos, encuentran que sí hay cosas que se resuelven. La política era un medio, pero no un fin para ganarse la vida. Desde ese plano, todo era más fácil. Hoy, ya no lo sé en tantos y tantos casos.

Me escuchaba en un tiempo, como hoy mismo, donde la gente de la política suele gritar mucho para no decir nada. Nos miraba sonriendo a Jaume Pascual y a mí, en su mesa redonda del despacho de la Diputación y sin decir nada, entendíamos que los planes y programas que le proponíamos iban a salir a delante. El brillo de sus ojos nos daba la razón que ella se resistía a darnos de viva voz. Pero luego era generosa, y reconocía los esfuerzos que los socialistas, sin ir a las armas, intentábamos construir para esta provincia que tanto y tantos amábamos y amamos.

Se va Luisa. Pero espero que quede esa forma de hacer política que yo conocí de ella. La de escuchar, atender, respetar; la de no herir en vano, de manera frívola para defender ideas. La de querer construir frente a las ideas del otro, sin necesidad de destruir al adversario. La de pensar, diseñar y mantener puentes cuando la ventaja era colectiva, para el ciudadano, y no sólo para uno mismo o para el partido que nos arropaba.

No sé si esta forma de hacer política es la buena. No sé si es la correcta en estos tiempos donde la valía política se mide más en la habilidad para engañar asambleas y cónclaves internos que en ser útil al prójimo. De verdad que no lo sé, pero si tengo claro que era - y sigue siendo - la manera en la que me siento más cómodo en este mundo político. Tampoco sé si era la esencia política de Luisa Pastor, pero no tengo dudas de que era dónde más cerca estaba. Adiós, Luisa, adiós.