San Vicente del Raspeig volvió de nuevo a recuperar la bandera de los cristianos arrebatada el sábado por las huestes moras, y la de la media luna acabó en mitad de la arena tras la batalla final. La Embajada Cristiana concitó a centenares de vecinos alrededor del castillo de fiesta que, a pesar del sol que caía con intensidad, contemplaron el espectáculo de la reconquista en el que la pólvora y la lucha recrearon las batallas.

La nueva directiva de Ber-Largas que se estrenaba este año ha querido mejorar las Embajadas y según explicaba ayer el presidente, José Ramón Pastor, «hacerlas más reales» y una de las formas ha sido aprender, de la mano de un profesional, la lucha con espada que ha mejorado la puesta en escena de las embajadas. Durante el espectáculo también salieron varias aves rapaces que el público de las primeras filas pudo tocar.

Hasta los más pequeños demostraron su destreza manejando las armas. En el caso de los capitanes de comparsa apenas llegaban a tocarse, porque se trata de armas hechas para lucir en los desfiles; pero sí eran reales las que portaban los cargos que lucharon cuerpo a cuerpo y blandiendo espadas, poniendo en práctica los movimientos aprendidos en los últimos meses de entrenamiento.

Un total de 250 arcabuceros participaron en la Embajada y atronaban desde la avenida Ancha de Castelar hasta el castillo. En la fortaleza el espectáculo comenzaba con grupos de jóvenes que practicaban con la cimitarra el arte de la guerra. Mientras en la almena del castillo esperaban el capitán moro, Vicente Ortega, con la abanderada, Inma Llopis, el alférez, Javier Martínez, y el embajador moro, Aniceto Pérez. El festero ha cumplido su sueño de ser embajador, justo en el año en el que su comparsa Moros Nuevos es capitanía. Las huestes moras iban llegando hasta el castillo acompañadas de grupos de músicos.

Cuando una voz en off bramó que «San Vicente devolverá a estas tierras la cristiandad y al moro a sus desiertos», entraba en escena un cristiano renegado que tras un sayo escondía al Embajador Cristiano, Martín Navarro. «Hicisteis comedia en vano», le gritaba el sarraceno descubriendo el engaño con el que pretendía acordar la rendición mora frente al castillo. Mientras que el cristiano le anunciaba que volvería y sería esta vez para luchar. «Si así lo habéis querido volveré con mi capitán y mi alférez. Vendremos todos ungidos por el bálsamo de la fe cristiana. ¡Tiembla moro, tiembla!». Y amenazaba: «Juro que haber tomado San Vicente será lo último que hayáis hecho en vuestra vida». Volvía subido en un caballo blanco, el mismo color del corcel de la abanderada, Natalia Beviá, mientras el capitán cristiano, Juan José Lillo, iba subido en un caballo negro.

El flamante embajador cristiano arrancó varios aplausos por un par de lapsus en su discurso, que continuó con la declaración de guerra al rey moro y su mesnada. Primero lucharon dos soldados, los profesionales que durante varios meses han estado mostrando las artes de lucha a los cargos moros y cristianos. Y a continuación se unieron en la lucha a espada los capitanes, alféreces, de nuevo este año con una mujer en el bando cristiano, Mónica Martínez, embajadores y los capitanes infantiles. Los cristianos obligaron a los moros a replegarse al castillo donde, tras varios minutos de trabucazos simulando una batalla, entraron los cristianos para la batalla final en las almenas del castillo. El capitán cristiano hundía el acero en el moro que perdió, además de su vida, el turbante, que cayó desde la almena al suelo, dotando de más realismo la escena.

San Vicente volvía a ser reconquistada, y los sanvicenteros ya en pie, cantaban el himno de San Vicente.

Por la tarde la fiesta se tornó diversión con la Charanga Festera donde el humor y la imaginación de los disfraces hicieron disfrutar a los miles de espectadores. Entre los originales disfraces, el de juego de parchís que vestía la comisión de fiestas, con las reinas y corte de honor.