Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mutxamel ni perdona ni olvida

La decisión del juez de autorizar la salida temporal de la cárcel de la etarra Idoia López Riaño, autora del atentado en el municipio hace 25 años, indigna a vecinos y familiares de las tres víctimas mortales del coche-bomba

Al carnicero Fernando Sevila la explosión le pilló a cien metros de su trabajo. pilar cortés

Un cuarto de siglo después, Carmen Carrasco todavía recuerda lo que Jose Luís Jiménez, una de las víctimas del coche-bomba de ETA en Mutxamel, pedía para desayunar en el bar que todavía regenta: «Un zumo de naranja y media tostada». Con lágrimas en los ojos, pañuelo en mano y grandes niveles de indignación, no entiende cómo la autora de los atentados en el municipio en 1991 va a volver a pisar la calle.

«¿En qué país vivimos?, ¿hasta dónde vamos a llegar?», se preguntaba la mujer al descubrir que el juez de la Audiencia Nacional ha autorizado a la terrorista Idoia López Riaño, más conocida» como «La Tigresa», su salida temporal de prisión para disfrutar de un total de seis permisos penitenciarios. Mutxamel ni perdona ni olvida.

Después de 25 años, el municipio alicantino sigue llorando la muerte de los dos policías locales y del exguardia civil que en aquel momento trabajaba como gruísta. La inminente salida de la cárcel de La Tigresa ha removido los recuerdos de aquellos que vivieron los atentados del 16 de septiembre de 1991. El tiempo ha pasado, pero Jose Luis Jiménez, Víctor Puertas y Francisco Cebrián continúan en la memoria de los mutxameleros.

Al cabo de los años, el sentimiento de indignación de los vecinos que fueron testigos de la masacre ha dejado paso a la ira y al deseo de que La Tigresa no pueda disfrutar el resto de su vida en libertad. «Igual que ellos disparaban contra la Guardia Civil, la Guardia Civil tendría que disparar contra ellos», comentó Fernando Sevila, un carnicero que ese fatídico 16 de septiembre de 1991 se encontraba trabajando en su puesto del mercado municipal, a poco más de 100 metros de donde estalló el coche- bomba.

Mala noticia

Por su parte, el alcalde de Mutxamel, Sebastián Cañadas, declaró que la liberación puntual de la etarra es «una mala noticia para los vecinos y, sobre todo, para las familias de las víctimas. El cumplimiento de la pena debería de ser íntegro porque (cuando acabe la condena) le queda mucha parte de su vida por vivir fuera», añadió a esta redacción el regidor.

Sebastián Cañada también recordó cómo vivió el atentado: «Fue muy fuerte porque casualmente iba con el coche por una calle paralela y escuché la explosión. Pensaba que era una bombona de butano, paré el coche y fui hasta la zona». El alcalde relató que «La Tigresa» fue a comprar, días antes, a la droguería en la que trabaja su mujer: «La sensación que tengo es que esta mujer (la terrorista) estuvo aquí en aquellas fiestas».

El 16 de septiembre de 1991, Mutxamel se localizó en el mapa. Hasta ese momento, los vecinos se sentían seguros en el municipio. «¿Quién iba a atentar contra una pequeña localidad de Alicante?», se preguntaban los ciudadanos. «Fue una experiencia que no pensaba que podría ocurrir en este pueblo», explicó Fernando Sevila.

Es innegable que el atentado ha dejado huella. Rosa Corrales, propietaria del bar que se encuentra junto a la zona donde se ubicaba el antiguo depósito de vehículos, todavía guarda en una carpeta las fotos de cómo quedó el local tras la explosión y un ejemplar del INFORMACIÓN del 17 de septiembre de 1991, en el que se relata la noticia.

Imágenes

Las imágenes del establecimiento con las paredes y el techo desplomados son desoladoras y dejan constancia de los daños materiales que la bomba causó en las zonas aledañas. «Todo el bar se vino abajo. Los clientes salieron corriendo o arrastrándose porque se les caía el techo encima. Había clientes con la cabeza ensangrentada y la onda expansiva tiró a muchos de sus sillas», relataba Rosa Corrales mientras enseñaba las fotografías que dan fe de los destrozos que ocasionó la onda expansiva.

Capó

Corrales también contó cómo, minutos antes del traslado del vehículo al depósito y de la explosión del mismo, la gente pasaba por delante del Cuartel de la Guardia Civil y golpeaba el capó del coche entre quejas por su incorrecto estacionamiento.

Otra vecina que recuerda lo ocurrido como si fuera ayer es Alicia Blasco, quien regenta una pequeña frutería en la localidad. Ella también vivió en primera persona aquel 16 de septiembre de 1991. «Estaba en la tienda y no sabía lo que era. Llevaba una caja de tomates y los cristales se cayeron encima», narraba Blasco, quien pensó que se trataba de cohetes que, por alguna razón, no habían reventado en el transcurso de las Fiestas de los Moros y Cristianos, que acababan de llegar a su fin. «Cuando fui entrando en la realidad me fui dando cuenta de lo que pasaba», explicaba esta vecina de Mutxamel.

Rabia

Ayer la tristeza volvió a inundar la ciudad de Mutxamel. Tristeza que estuvo acompañada de indignación, de rabia y de la necesidad de reclamar justicia. Tristeza impregnada de ansias de venganza. Tristeza al recordar, 25 años después, el primer atentado mortal en la provincia de Alicante. Tristeza que además se intercaló con retazos de alegría, ya que algunos de aquellos que vivieron de cerca el estallido del coche-bomba aquel 16 de septiembre de 1991, celebraban haber sobrevivido.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats