Durante más de una década asistieron a clase. Tres veces por semana, de 16 a 18 horas. Manuel, Fuensanta, Mercedes y así casi una veintena de alumnos de más de 65 años y en la mayoría de los casos más de 75. Desde distintas partes de San Vicente del Raspeig se desplazaban hasta un edificio cercano al parque Juan XXIII donde recibían clases para los llamados neolectores, quienes, desafortunadamente no pudieron aprender a leer y escribir, a sumar y restar, cuando les tocaba, cuando eran niños.

«Nos han quitado nuestro colegio, era la mayor ilusión que teníamos», afirmaban esta semana algunos de los alumnos a las puertas de la que hasta el pasado año fue «su escuela». La Concejalía de Servicios Sociales ha decidido suprimir este servicio municipal y gratuito al considerar, tal como explicó en la última sesión plenaria el concejal del área, David Navarro, que estaba duplicado. En ese momento, el edil aseguró que «no tiene sentido que se presten los mismos servicios con el gasto que ello genera y creemos que esto colisiona con la obligación de realizar una buena gestión». Así, emplazó a los usuarios a acudir a la Escuela de Adultos.

«Nosotros no podemos ir a la Escuela de Adultos, muchos atendemos a nuestras familias por la mañana y ellos van a otro ritmo, asisten para lograr el Graduado Escolar, nosotros queremos aprender un poquito más cada día», explicaba Fuensanta en representación de todos sus compañeros. En la EPA la educación está reglada y los estudiantes deben cumplir con unos exámenes. «A veces la profesora nos ponía matrícula aunque no lo tuviéramos todo bien», apuntaba otra de las alumnas.

Los usuarios añadían que no sólo conformaban un grupo de estudiantes sino que se había creado una especie de familia. «Comparábamos cómo lo había hecho cada uno ese día, al aprender a leer cogía un libro y me apuntaba las palabras nuevas, era una gran alegría para nosotros ir avanzando», apunta otra de las usuarias de este servicio que el Consistorio mantuvo más de una década.

Los miembros del curso de neolectores piden así al Ayuntamiento que reconsidere su postura, que les tenga en cuenta. «Nunca había ido al colegio, cuando eramos pequeños no hacíamos más que trabajar», explica Manuel, quien deja claro que lo que más le entusiasmaba eran las matemáticas y que se le daban «muy bien».

Carteles

El curso de neolectores, tal como señalan sus hasta ahora beneficiarios, les permitió saber desenvolverse en la vida cotidiana, con gestos sencillos como el de «leer los carteles cuando vas caminando por la calle». «A nosotros, que somos mayores, nos pueden engañar y vamos con más miedo porque no sabemos, en el colegio nos enseñaban de todo», argumentaban.

Alguno de los alumnos señalan que continúan practicando aquello que aprendieron en casa, hacen «copiados» de texto o cuentas de algunos libros que se utilizan para los niños de Primaria. Todos ellos coinciden en que el taller era una gran ilusión y un motivo por el que ponerse en marcha cada día.