Una señal indicativa de color verde en una rotonda que da acceso a la A-77 es una de las pocas pistas de que, oculto detrás de la cinta transportadora de la antigua cementera y de la propia autovía, se encuentra el barrio Granada. Se trata de un núcleo urbano tan tranquilo y desconocido que ni siquiera tiene un bar ni una tienda donde comprar el pan o el agua. "Estamos cerca de todo y lejos de todo", explica María Victoria Ruiz, la presidenta de la asociación de vecinos de este distrito situado en el término de Alicante pero mucho más próximo a San Vicente del Raspeig, de ahí que no pocos servicios los reciban en este último municipio.

El barrio nació hace medio siglo con tres casas, explica Juan Fernández Romero, un vecino de 84 años de edad quien llegó hace más de cuatro décadas procedente de la localidad granadina de Cuevas del Campo. Fue su hermano Ramón quien lo bautizó precisamente con el nombre de su provincia natal porque no sólo ellos, sino que otros muchos residentes llegaron de esta zona andaluza para emplearse en actividades como la agricultura o la construcción.

"Yo vine a trabajar como podador", relataba ayer este veterano vecino mientras regresaba a su casa tras recoger unas naranjas en una finca cercana, ya que el barrio sigue rodeado por el noroeste de extensiones agrícolas.

La vida en Granada es muy tranquila. Una calle de ida y otra de vuelta, atravesadas por otro par de callejuelas son las únicas vías de este espacio formado por varias decenas de viviendas de una o dos plantas.

"Aquí todos nos conocemos y hay bastantes familias", señala la presidenta. Ella misma tiene varios parientes residiendo allí y recuerda que tuvieron un establecimiento de venta de piensos que cerró hace unos diez años. Ahora mismo en el barrio no queda ninguna tienda, panadería, ni siquiera bar. Sólo encontramos abierta la carpintería que regenta Miguel Ángel Acevedo Almendros.

Es un vecino de San Vicente que, sin embargo, ha pasado su vida en el barrio de Granada porque su padre ya regentaba el negocio en su niñez. Acevedo se queja de que el problema del barrio es la falta de limpieza ya que "vienen muy poco a barrer y lo tenemos que hacer los vecinos".

Otro problema es la falta de transporte público ya que deben desplazarse a San Vicente para coger el autobús. También en la localidad vecina reciben otros servicios como el colegio, pues los niños están escolarizados en el Azorín.

Las descoloridas señales de tráfico son otro signo de que, como afirma la presidenta, este barrio "al Ayuntamiento no le ha preocupado en la vida y ahora mucho menos". De ahí que incluso fueran los propios vecinos quienes construyeron el muro que evita que el barrio se inunde cuando llueve fuerte. El cemento lo facilitó la fábrica vecina que, según aseguran, a pesar de su proximidad nunca les molestó ni han notado su cierre.