El aula de la calle Espronceda en San Vicente del Raspeig, donde se imparte el curso de neolectores, es como cualquier otra de un colegio, con pupitres, sillas y pizarras. Sin embargo, de sus perchas no cuelgan babis sino bastones y alguna gorra que usan los alumnos para apoyarse y protegerse del sol de camino hacia clase, pues son estudiantes mayores de lo habitual.

Tres tardes a la semana asisten a este curso que ofrece gratuitamente el Ayuntamiento de San Vicente y que consta de dos niveles: uno de alfabetización y otro más avanzado, donde se enseña ortografía y a leer. Todo a una escala básica, aunque la profesora intercala algunos conocimientos de literatura o historia. También practican el lenguaje oral para evitar el empleo de palabras como ´haiga´.

La filóloga Ma Carmen Gamuz Delicado explica que sus alumnos son personas que «no han ido a la escuela o que tienen estudios básicos y al llegar aquí tenían dificultad para rellenar cualquier papel. Alguno no sabía ni firmar y han aprendido, por ejemplo, a dejar una nota correcta a sus hijos».

Unos se matricularon por pundonor, para aprovechar la oportunidad de estudiar que no tuvieron en la niñez, o porque habían olvidado prácticamente lo aprendido. Otros para salir de un bache personal -principalmente por motivos de salud- que les había conducido a la depresión. En las clases encuentran tanta motivación que raramente faltan. Y eso que algunos tienen hasta media hora de camino desde su casa y utilizan el bastón. Pero de paso hacen ejercicio.

«Nosotros no perdemos ni un día de colegio ya haga frío, lluvia o calor», relata Fuensanta Barba, una aplicada alumna de 80 años de edad que, gracias a estas clases, ahora disfruta con la lectura de libros. «El último que me he leído es ´El secreto de mi turbante´» revela esta mujer que, tras dedicar su vida a la casa y al cuidado de sus cuatro hijos, volvió al cole cuando falleció su marido. Le sirvió como terapia.

La concejal de Educación, Ma Ángeles Genovés, señala que los cursos para neolectores se crearon hace unos siete años. «La filosofía de estas clases es recordar y aprender» y desde entonces se han mantenido debido a la gran predisposición de los alumnos, que repiten de un año para otro, apunta la edil.

«Desde que el Ayuntamiento me ha colocado en este colegio he adelantado mucho y se me pasan las horas en clase sin darme cuenta», indica el mayor del aula, Octavio Espinós. «Estoy muy contento y tengo una profesora que es un sol. Tiene mucha paciencia conmigo». Este carpintero jubilado decidió volver a clase «porque había perdido mucho y ya no me acordaba ni del abecedario. Como ya soy mayor, pensé que a lo mejor cuando llegara arriba no me dejaban entrar», cuenta con humor este alumno aplicado de 86 años que tuvo que dejar los estudios en la Escuela de Trabajo cuando empezó la Guerra Civil.

Para una de las más jóvenes de clase, Isabel Talavera -57 años-, «la experiencia es muy buena porque la profesora se implica como si fuéramos a sacar una carrera». De ahí que toda la clase comparta la constancia en los estudios y avance en el aprendizaje.