Ni la lluvia pudo con las ganas de fiesta en El Campello. El agua que cayó poco antes de las siete de la tarde obligó a retrasar una hora el comienzo de la entrada cristiana-mora, pero esta demora no hizo sino acrecentar la ilusión de los festeros, que ofrecieron un fastuoso boato.

Así, apenas unos minutos antes de las ocho, las comparsas cristianas arrancaron el desfile mientras el público secaba las sillas mojadas y se sentaba para comenzar a aplaudir a los primeros festeros. La entrada fue muy rápida y acabó antes de las once de la noche, y el tiempo dio un respiro y no llovió en todo el desfile.

Tras las comparsas cristianas, llegó el turno de la capitanía, Tercio de Flandes, aunque se produjo un parón de unos diez minutos hasta que inició el desfile. El motivo no fue otro que es el primer año en el que las capitanías salen en último lugar, después del resto de comparsas, lo que obliga a tener todo el boato preparado en muy poco tiempo.

No obstante, esto no fue óbice para que no dejasen de asombrar con sus luchadores batallando hasta dar muerte al enemigo, con los ofrecimientos al público de mistela y rollitos, con la preparación in situ de un asado de carne o con sus carros y bueyes.

Los capitanes de Tercio de Flandes, Eduardo Juan y Lolibel Soler, pudieron tomar finalmente parte en la entrada, pese a la indisposición de la mañana.

A continuación, llegó el turno del bando moro, que rivalizó con los cristianos con trajes de gran belleza. La capitanía mora, Zaidíes, comandada por Juan Planelles y Loli González no desmereció y los animales, carrozas, bailes, fuegos y música se adueñaron de las calles, donde las esencias de Oriente fueron la característica principal del boato, con incienso, telas o perfumes.